MI TESTIMONIO DE LA PRESENCIA VIVA DE JESUS
En primer lugar quiero destacar la transmisión de la fe por parte de mi madre, quien me enseñó a rezar, a participar de la Eucaristía y a confiar plenamente en Dios y en la Virgen Santísima.
También es cierto, que en mi adolescencia, y a pesar de no haber perdido la fe, estuve alejado del Señor, con una participación pequeña y tibia en la Iglesia. Aproximadamente a los 22 años conocí un grupo de oración en una parroquia de mi ciudad, Santa Fe. Fui invitado a orar por los hermanos inundados, pero a decir verdad, desde ese miércoles, nunca falté al grupo de oración, comencé a crecer en el verdadero conocimiento del Señor. Participé de Seminarios de vida, que fueron llenando mis vacíos, comencé con las Convivencias con Cristo, y cada vez más mi corazón se fue llenando de Dios, mi vida se transformaba, y necesitaba ser cada día más de mi Jesús. Oración y Eucaristía diarias, retiros, fueron los elementos a través de los cuales el Señor fue llamándome y confirmando una vocación. Lo primero que surge, y viendo la necesidad en mi Iglesia, a la cual comencé a amar y amo entrañablemente, de sacerdotes, tomé la decisión de buscar un guia espiritual para discernir bien este llamado. Con la gracia de Dios, llegué a la conclusión de ingresar en la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción, a la que actualmente pertenezco. En los comienzos, el ambiente era bastante hostil a este tipo de espiritualidad carismática, pero pacientemente continué mi camino, buscando momentos oportunos para participar en algún grupo de oración.
El Señor no se hizo esperar mucho. Ya en mi noviciado, donde tuve la gracia de tener como guia espiritual al P. Alberto Ibañez, en la ciudad de Buenos Aires, mi Maestro de Novicios, el Hno. Carlos Torrilla, comenzó a incursionar a mi lado, esta forma nueva de vida en el Espíritu.
A partir de allí, no tuve inconvenientes, el Señor ya había allanado el camino de vida en el Espíritu. Luego de mis Votos Perpetuos, vino mi Ordenación Sacerdotal. Cuánta gracia de Dios misericordioso! Presidir o con-celebrar la Eucaristía, dejándome llevar por el Espíritu comenzó a ser una experiencia de sorpresa en sorpresa. La vivencia de esta espiritualidad nueva en mi vida tocó lo más profundo de mi ser e hizo que pueda acompañar y ayudar a tantos hermanos y hermanas a lo largo de mi ministerio sacerdotal. Poder transmitir a Cristo, partirme y repartirme con Él, perdonar en su Nombre los pecados, dar palabras de aliento, acompañar a perdonar y pedir perdón a los que se ofenden, etc, etc. En fin, gracia tras gracia.
Mi amor y devoción a la Madre de Dios, y Madre nuestra, María Santísima, se intensificó, a la vez que se purificó.
El testimonio que dejo ahora por escrito es el fruto de lo vivido, de lo compartido en el Señor. Es, junto a mi sacerdocio, lo más grande que el Señor a puesto en mi vida, el lugar donde pude discernir, sanar y crecer con la libertad de los hijos de Dios.
P. Ruben Juarez (cfic)
DNI 11845469